28 febrero 2008

Imago Mundi. (1/9). Germán Arciniegas

CUANDO Colón enrumba sus tres carabelas hacia occidente no va a lo absolutamente desconocido. Se mueve hacia una realidad mágica, se encamina al encuentro de un continente ya ocupado. Son tierras conquistadas y pobladas por la fábula. El hombre medieval cree más en lo misteriosamente elaborado que en lo inmediato y tangible. Los gigantes y pigmeos que se mueven en la selva de los cuentos tienen la misma existencia para sabios e ignorantes que el prójimo con que se codean a diario en el mercado, en la iglesia, en los caminos estrechos que salen del burgo a la campaña. En islas o en la tierra firme del otro hemisferio han de existir cíclopes, hombres cara de perro cuyo espinazo termina en un rabo largo y peludo, amazonas de un solo pecho. Se sabe que allá hay más oro y piedras preciosas que en ningún otro lugar de la tierra. La Europa de 15oo sigue siendo una novela, como novela y no otra cosa fue la de cinco siglos atrás. Sus filósofos, teólogos, poetas, geógrafos, astrólogos, místicos, brujos, y el fraile predicador y el escudero y el peón y la doncella y el barbero y el ama y la ventera y el príncipe y la princesa no se han mirado sino en espejos adivinos. Quienes adoctrinan y enseñan, se mueven con linternas mágicas proyectando imágenes vivas del infierno o el paraíso, a todo color. Vitrales. Hacen periodismo, reportajes, historias, que todo el mundo acepta, romanceros que todos repiten. Las figuras más insignes del Renacimiento no inician un viaje, no comienzan la construcción de un palacio, no emprenden, no actúan sin consultar a su astrólogo de cabecera. De los libros —sobre todo de poesía, en un tiempo en que la poesía está en el aire y todo lo encanta y embellece o ensombrece— sale desbordante muchedumbre de fantasmas, encaminados a rellenar los vacíos del hemisferio que nadie ha visitado, pero que existe como escenario de la gran comedia imaginaria. Todo conspira a que la nueva historia, la que comienza en 1492, sea epopeya fabulosa. Europa está encantada de tiempo atrás, y lo sigue siendo. Ha inventado ya, para su gran desahogo, el Asia legendaria. Asia de monstruos estupendos y seres híbridos en que hay que creer como en los santos o en los diablos. Así lo habían hecho los precursores: los griegos. El medieval les sigue, les imita, con todas las complicaciones de su oscuro laberinto iluminado. ¿Quién, pues, es el valiente, quién ha nacido tan incrédulo y atrevido que logre sustraerse a esta presión del ambiente embrujado, que por otra parte fascina?
Publicado en la Revista de Occidente en abril de 1972

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